En una de las clases del estudio bíblico del libro de Apocalipsis compartí unas frases de este gran mártir de la fe, Policarpo y una de mis hermanas me pregunto de donde había tomado estas expresiones, bueno aquí les comparto la epístola completa.
Esta en rojo y azul, las expresiones que compartí en el estudio.
Espero sus comentarios.
Dios les bendiga.
La epístola encíclica de la iglesia
en Esmirna con relación al martirio del Santo Policarpo.
I. La Iglesia de Dios
que está en Esmirna a la Iglesia de Dios establecida en Filomelio y a todas las
santas Iglesias católicas doquiera establecidas:
Que la misericordia, la
paz y la caridad de Dios Padre y de Nuestro Señor Jesucristo se multiplique en
todos vosotros.
Os escribimos,
hermanos, acerca de los mártires y, señaladamente, del bienaventurado
Policarpo, quien, por el sello de su fe, calmó la persecución del enemigo. Y,
en efecto, todo lo pasado fué predicho por el Señor según su Evangelio, en que
nos muestra qué hayamos nosotros de seguir. En él vemos cómo consintió ser
entregado y ser clavado en la cruz, por la que había de libertarnos. Así, pues,
Él quiso que fuéramos imitadores suyos y Él fué el primer justo que por celeste
virtud se sometió al arbitrio de los injustos; con lo que señaló el camino a
los que habían de seguirle. Ofreciósenos, como Señor piadoso, en ejemplo a sus
siervos, para que nadie le tuviera por amo pesado. Él fué el primero en sufrir,
lo que mandó soportar a los otros, y de tal modo nos formó y enseñó a todos que
no busquemos salvarnos sólo a nosotros mismos, sino también tratemos de que se
salven por nosotros cada uno de nuestros hermanos.
II. En efecto, los
bienaventurados martirios procuran a los que los sufren los reinos celestes, y,
despreciado todo lo de acá: riquezas, honores, familia, el martirio es la
consumación plena de la corona. ¿Pues qué obsequio digno de tan piadoso Señor
pueden rendirle sus siervos, cuando consta que fué más lo que el Señor sufrió
por sus siervos que cuanto pueden éstos sufrir por Él? De ahí la conveniencia
de narraros con temor, una vez bien informados nosotros, los trofeos fieles de
la devoción de cada uno de los soldados de Cristo, tal como consta que se
alcanzaron: qué amor a Dios los abrasaba, con qué paciencia lo sufrieron todo.
Pues ¿quién no se llenará de admiración de que les fueran dulces los azotes de
los terribles látigos, gratas las llamas bajo el caballete, amable la espada
del verdugo, suaves los tormentos de hoguera crepitante? Corríales la sangre
por ambos costados y, descubiertas sus entrañas, estaban de manifiesto todos
los miembros internos, de suerte que el pueblo mismo que los rodeaba en corro
lloraba ante el horror de tanta crueldad y no podía contemplar sin lágrimas lo
mismo que él había querido se hiciera. Sin embargo, los mártires que sufrían no
exhalaban un gemido, ni la fuerza del dolor lograba arrancarles un quejido;
antes bien, pues cada tormento era de buena gana aceptado, todos los soportaban
con paciencia. Y en efecto, presente con ellos el Señor, aceptada tan fiel
oblación de sus siervos, no sólo los encendía en el amor de la vida eterna,
sino que templaba la violencia de aquel dolor de manera que el sufrimiento del
cuerpo no quebrantara la resistencia del alma. Y es que el Señor conversaba con
ellos y Él era espectador y fortalecedor de sus ánimos, y con su presencia
moderaba los sufrimientos y les prometia, si perseveraban hasta lo último, los
imperios de la celeste corona. De ahí aquel desprecio del juez, de ahi su
gloriosa paciencia. Deseaban, en efecto, desnudarse de esta luz y pasar, por
mandato del Señor, a las claras y eternas mansiones de la salud. Anteponían lo
verdadero a lo falso, lo celestial a lo terreno, lo sempiterno a lo perecedero.
Pues se preparaban, por el tormento de una hora, gozo que por ninguna vejez
perecería.
III. El diablo, cierto,
inventó mil maquinaciones; mas la gracia de Nuestro Señor Jesucristo vino,
contra todas ellas, como defensora fiel de sus siervos. Y en efecto, Germánico,
fortisimo él y con toda su alma devoto a Dios, apagó con poder de su virtud los
ánimos de los incrédulos. Condenado a las fieras, el procónsul, movido a
compasión, trataba de persuadirle que pensara al menos en su edad, caso que
todos los demás bienes suyos le parecieran despreciables; mas él desdeñó la
compasión de su enemigo y rechazó el perdón que le ofrecía el injusto. Por lo
cual, él mismo azuzaba contra sí a la fiera, pues tenía prisa por desnudarse de
la mancha de este mundo o verse libré de iniquidad. Ante este espectáculo, todo
el vulgo, presa de estupor, no se cansaba de admirar el ánimo de los
cristianos, y luego se oyeron gritos de: "¡Tormento a los culpables!
¡Búsquese a Policarpo!"
IV. Entonces un
cristiano, por nombre Quinto, natural de Frigia, que había casualmente venido
de su patria, apresuradamente, por su pronta voluntad de sufrir el martirio, se
presentó muy confiado al sanguinario juez. Mas la flaqueza venció a la
voluntad. Pues apenas se soltaron las fieras, aterrado a su sola vista, empezó
a no querer lo que había querido, y, pasándose al bando del diablo, aprobó lo
mismo que había venido a combatir. Así, pues, a éste logró el procónsul, con
muchos halagos, persuadirle a sacrificar. De ahí que no debenos alabar a
aquellos hermanos que se ofrecen espontáneamente, sino a los que, hallados en
sus escondrijos, le muestran más bien constantes en el martirio. Así, en
afecto, nos lo confirma la palabra evangélica y nos lo persuade este ejemplo,
en que vemos que cedió el espontáneo y venció el forzado.
V. De ahí que
Policarpo, varón de eximia prudencia y sólido consejo, oídas estas cosas, buscó
un escondíte. Y no es que por cobardía de alma huyera el sufrir, sino que lo
difería. Y así, andando por varias ciudades, no haciendo caso de los que le
exhortaban a que se diera más prisa para burlar de algún modo a los que le
buscaban, él se detenía aún más tiempo. Por fin, tuvo por bien retirarse a un
campo próximo a la ciudad. Allá, dándose día y noche, sin interrupción alguna,
a la oración, imploraba el auxilio de Dios para ser más fuerte en el suplicio.
Y fué así que, tres días antes de su prendimiento, recibió por revelación un
signo. Veía la almohada de su cabeza rodeada por todas partes de llamas.
Despertado el santísimo viejo, apenas hubo sacado sus pesados miembros del
lecho, dijo a los que con él estaban: "Tengo que ser quemado vivo."
VI. He aquí que
casualmente se había trasladado a otro campo, cuando de pronto se presentaron
sus perseguidores. Mas como no pudieran dar con él, prendieron a dos
chiquillos, y azotando a uno de ellos, por confesión suya se descubrió dónde se
ocultaba. Y es que no podía estar oculto aquel a quien estaba llamando el
martirio mismo. Sus traicionadores domésticos, el Irenarca y Herodes, tenían
prisa por llevarle cuanto antes a la arena, para que él, por su parte,
consumado su martirio, fuera compañero de Cristo, y sus traicionadores, a
ejemplo de Judas, recibieran la pena merecida. Teniendo, pues, al chiquillo,
antes del sábado, a la hora misma de la cena, salieron los esbirros en busca de
Policarpo, con todo un escuadrón de caballería armado de todas sus armas, como
si fueran a prender, no a un siervo de Cristo, sino a un salteador de caminos.
Halláronle, ya de noche, escondido en el piso superior. Aun le hubiera sido
posible pasarse a otra casa de campo; pero, cansado ya, prefirió presentarse
que no seguir oculto, diciendo: "Cúmplase la voluntad de Dios. Mientras Él
quiso, yo diferí; mas cuando lo mandó, lo deseé." Vistos, pues, sus
perseguidores, bajó y tuvo con ellos un razonamiento, cual podía aquella edad o
cual la gracia celeste del Espíritu le infundiera.
VII. Como admiraran, a
sus años, tanta velocidad de pies y tanta agilidad de miembros, pues para darle
alcance habían necesitado de toda la rapidez posible, él nada respondió a su
estupor, sino que al punto mandó se les sirviera de comer y se les pusiera la
mesa. Y al hacer esto, se atenía al magisterio del divino mandamiento, pues
está escrito que hemos de dar de comer y beber a nuestros enemigos. Entonces
les rogó le concedieran una hora, en que pudiera orar y cumplir a Dios los
votos debidos de sus plegarias. Concedido el permiso, fervorosamente pedía que
se cumpliese el don y precepto de Dios. Por dos horas continuas duró aquella
oración, ante el estupor de los que la oyeron y, lo que parece mayor victoria,
de sus propios enemigos.
VIII. Terminada, en fin,
su oración, y habiendo hecho en ella mención de todos, conocidos y
desconocidos, buenos y malos, y señaladamente de todos los católicos que se
congregan por cada lugar de la Iglesia, llegó la hora y tiempo de recibir la
corona de la justicia que había guardado. Montado en un asno, al acercarse a la
ciudad, un sábado mayor, se encontró con el Irenarca Herodes y su padre
Nicetas. Estos le invitaron a subir a su coche, para vencer, al menos por
obsequio, al que no podía ser vencido por pena alguna de dolor. Sentados a su
lado, con taimado e insistente discurso, trataban de arrancarle alguna palabra
profana, y así le decían: "¿Qué mal hay en decir: "¡Señor
César!", y sacrificar?" Y todo lo demás que, por instigación del
diablo, se suele en estos casos sugerir. Refrenóse Policarpo por un poco de
tiempo la lengua, oyendo pacientemente todo lo que se le decía; por fin,
indignado, respondió que por nada del mundo se movería a semejante cosa, ni por
fuego ni por hierro, ni por dolor de apretadas cadenas, ni por hambre, ni por
destierro, ni por azotes. Irritados entonces ellos, mientras iba el carro a
toda velocidad, echaron abajo a Policarpo, de suerte que se hirió en una parte
de las pantorrillas. Sin embargo, con tal velocidad corría por la arena, que no
parecía sentir dolor alguno del cuerpo.
IX. Apenas hubo entrado
en la arena, sonó una voz del cielo que gritaba: "¡Policarpo, ten
valor!" Esta voz la oyeron los cristianos que estaban en la arena; de los
demás, no la oyó nadie. Así, pues, presentado ante el procónsul, confesó a Dios
de todo corazón y despreció los sanguinarios mandatos del juez. El procónsul
trataba de hacerle pronunciar alguna blasfemia, y le decía: "Piensa al
menos en esa tu edad, si es que desprecias todo lo demás que hay en ti. Tu
vejez no ha de resistir los tormentos que espantan a los jóvenes. Debes jurar
por el César y por la fortuna del César; además, arrepentirte y decir:
"¡Mueran los impíos!" Entonces Policarpo, con la boca medio cerrada y
como si no fuera suya y hablara por palabra ajena, casi con la garganta
cerrada, miró a todo el pueblo de la arena, impío o profano; arrancándose de lo
íntimo del corazón un suspiro, mirando la majestad del cielo, dijo:
"¡Mueran los impíos!" Entonces el procónsul, insistiendo más, le
dijo: "Jura por la fortuna del César, y puedes quedar en libertad, y
desprecia a Cristo." Entonces dijo Policarpo: "Voy a entrar en el año ochenta y seis de
mi edad, y siempre aprobé y serví a su nombre, jamás recibí daño de Él, sino
que me salvó siempre; ¿cómo puedo odiar a quien he dado culto, a quien tuve por
bueno, a quien siempre deseé me favoreciera, a mi Emperador, al Salvador de
salud y gloria, perseguidor de los malos y vengador de los justos?"
X. Como el procónsul le
dijera que había de jurar por la fortuna del César, díjole Policarpo: "¿A qué me
fuerzas a jurar por el César? ¿Es que no conoces acaso mi profesión? Pues
abiertamente me declaro cristiano. Y cuanto más tú te irrites, más me alegro
yo. Tú, si quieres saber la razón de esta ley, dame un día en qué empieces a
oír o aprender." Respondióle el procónsul: "Convence al
pueblo." Policarpo dijo: "A ti tengo por cosa muy digna darte satisfacción y
demostrarte quee aprobamos y obedecemos lo que mandares, a condición que no
mandes nada injusto. Pues estamos enseñados a satisfacer a las potestades que
proceden de la ordenación de Dios y obedecer a sus mandatos; mas a ésos, los
tengo por indignos de juzgar y no los considero aptos para una persuasión. Por
lo tanto, justo es que yo obedezca al juez y no al pueblo." Respondió el procónsul: "Tengo fieras terribles
a las que te voy a arrojar, que te despedacen, si te empeñas en no cambiar de
sentir." Respondió él: "Que sobre mí se cebe la sangrienta rabia de los leones
o lo que, como juez cruel, puedas hallar de más doloroso; yo me gloriaré en mis
sufrimientos y saltaré de gozo en mis llagas, y mediré mis méritos por el peso
de mis dolores. Cuantos mayores tormentos sufriere, mayor premio he de recibir.
Tengo preparado el ánimo para lo inferior; pues de lo bajo nos levantamos a lo
sumo." Respondió el procónsul: "Si
con nueva presunción desprecias las mordeduras de las fieras, te abrasaré en
una hoguera." Entonces Policarpo: "Me amenazas —dijo—con un fuego que arde
por espacio de una hora y luego se enfría; y es que ignoras los tormentos del
juicio venidero y del fuego eterno contra los impíos. Mas ¿a qué entretener tu voluntad con largo discurso?
Haz conmigo lo que piensas, y si el caso ofrece algún otro cualquier linaje de
tormento, vételo a buscar."
XI. Mientras Policarpo
así hablaba, un resplandor de gracia celeste penetró su rostro y su sentido, de
suerte que el mismo procónsul estaba espantado. Entonces, a voz de pregonero,
se proclamó por tres veces en la arena: "Policarpo ha confesado que siempre ha sido
cristiano."
Furioso de ira, todo el
pueblo de judíos y gentiles que habitaban en Esmirna vociferó entonces:
"Éste es el maestro del Asia, el padre de los cristianos, el destructor
obstinado de nuestros dioses y violador de nuestros templos, el que enseñaba
que no debían ofrecérseles sacrificios y adorarse las imágenes de los dioses.
Por fia ha alcanzado lo que deseaba." Pedían al asiarca Felipe que le
soltara un león furioso; mas él respondió que no tenía poder para ello, una vez
terminado el tiempo del espectáculo. Entonces, por común y unánime
consentímiento de todos, sentenciaron que Policarpo fuera quemado vivo. Y es
que tenía que cumplirse lo que él antes predijera. Orando, pues, al Dios
omnipotente, volviendo su rostro venerable a los suyos, dijo: "Ya veis
cómo es el mismo martirio que yo había profetizado."
XII. Entonces el pueblo
voló a los baños y talleres a buscar leña y sarmientos, y más que nadie los
judíos. Preparada por este medio la hoguera, Policarpo se desató el ceñidor y
se quitó el manto, y se preparaba tambien a desatarse las sandalias, cosa que
no solía hacer él, pues los fieles varones deseaban tocar su cuerpo para besar
sus miembros. Porque ya antes de llegar al combate del martirio, redundaba por
la plenitud de su buena conciencia. Puestos, pues, en medio los instrumentos
que se acostumbra para quemar a un reo, querían también atarle al hierro,
conforme a su costumbre y ley. "Dejadme así—dijo él—, pues el que me dio
él querer me dará también el poder y hará tolerable a un voluntad el fuego
ardiente." Así, pues, no le ató nada al hierro, sino que, ligadas las
manos a la espalda, como consagrado a los altares, traspasó el umbral del
martirio presente. Entonces, mirando a los astros y al cielo, dijo: "Dios
de los ángeles, Dios de los arcángeles, resurrección nuestra, perdón del
pecado, rector de los elementos todos y de toda habitación, protector de todo
el linaje de los justos que viven en tu presencia: yo te bendigo sirviéndote,
por haberme tenido por digno de recibir mi parte y corona del martirio,
principio del cáliz, por medio de Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo,
a fin de que, cumplido el sacrificio de este día, reciba las promesas de tu
verdad. Por eso te bendigo en todas las cosas y me glorío por medio de
Jesucristo, eterno Pontífice omnipotente. Por el cual a ti, junto con Él mismo
y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y en lo futuro, por los siglos de los
siglos. Amén."
XIII. Terminada, pues,
la oración y prendido fuego a la hoguera, levantándose la llama hasta el cielo,
se produjo repentinamente la novedad de un milagro, que vieron aquellos que
tenía ordenado el mandamiento celeste para que pudieran contar a los demás lo
sucedido. Apareció, en efecto, un arco curvado en sus lados, con ambas puntas
un tanto dilatadas, imitando las velas de una nave, el cual cubría con suave
abrazo el cuerpo del mártir, a fin de que la llama no atacara a ningún santo
miembro. En cuanto al cuerpo mismo, como grato pan cociéndose o fundición de
oro y plata que brilla con hermoso color, recreaba la vista de todos. Además,
un olor como de incienso y mirra o de algún otro ungüento precioso, alejaba
todo el mal olor del incendio.
Este prodigio lo vieron
los mismos pecadores, de suerte que se dieron a pensar que el cuerpo era
incombustible; de abí que dieron orden al encargado de la hoguera que se
preparara a hundir un puñal en el santo cuerpo, que se había demostrado, aun
para ellos, ser santo. Hecho esto, he aquí que, de repente, entre una oleada de
sangre que brotaba, salió una paloma del cuerpo, y al punto se extinguió por la
sangre el incendio. Entonces todo el pueblo quedó estupefacto y todos tuvieron
la prueba de la diferencia que va de los justos a los injustos, y qué era lo
mejor, si bien el vulgo no quiso seguir lo que, sin duda, conoció ser lo mejor.
Tal fué el combate del martirio cumplido por Policarpo, obispo de Esmirna.
Cuantas cosas le fueron reveladas, se cumplieron siempre.
XIV. Mas el diablo, que
es siempre enemigo de los justos, como viera la fuerza del martirio y la
grandeza de la pasión, su vida entera irreprensible y el mayor mérito de su
muerte, excogitó modo para que no pudieran los nuestros retirar el cuerpo del
mártir, por más que había muchos que deseaban tener parte en sus santos
despojos. Sugirió, en efecto, a Nicetas, padre de Herodes y hermano de Alce,
que fuera a hablar al procónsul en el sentido de que no entregara las reliquias
a ningún cristiano, asegurándole que lo abandonarían todo para dirigir su
oración a éste solo. Así hablaban por sugestión de los judíos, cuando lo
querían sacar de la hoguera, por ignorar que los cristianos jamás podemos
abandonar a Cristo, que por nuestros pecados se dignó padecer tanto, ni dirigir
a ningún otro nuestras oraciones. Porque a éste le adoramos y damos culto como
a Hijo de Dios, y a sus mártires los abrazamos con honor y de buena gana como a
discípulos fieles y abnegados soldados, a par que rogamos se nos conceda ser
también nosotros compañeros y condiscípulos de ellos. Vista, pues, la disputa
que sosteníamos con los judíos, el centurión mandó poner el cuerpo en medio (y
lo hizo quemar). Nosotros recogimos sus huesos, como oro y perlas preciosas, y
les dimos sepultura. Luego celebramos alegremente nuestra reunión, como mandó
el Señor, para celebrar el día natalicio de su martirio.
XV. Así se
desenvolvieron los hechos respecto al bienaventurado Policarpo, que sufrió el
martirio en Esmirna juntamente con otros doce cristianos de Filadelfia; él, sin
embargo, se llevó la palma entre todos por el culto que se le tributa. Y, en
efecto, sufrió un martirio excelso, y todavía es llamado maestro por el pueblo.
Todos hemos de desear seguirle, conforme al ejemplo de nuestro Señor
Jesucristo, quien venció la persecución de un gobernante injusto y, ahuyentada
la muerte de nuestros pecados, recibió la corona de la incorrupción. Con los
Apóstoles y todos los justos, bendigamos alegremente a Dios Padre omnipotente y
a nuestro Señor Jesucristo, Salvador de nuestras almas, gobernador de nuestro
cuerpo y pastor de toda la Iglesia católica, y al Espíritu Santo, por quien lo
conocemos todo. Nos habíais pedido vosotros varias veces que os comunicáramos
lo pasado con el bienaventurado Policarpo, y nosotros os lo anunciamos por
medio de nuestro hermano Marciano. Una vez que estéis enterados, comunicadlo, a
vuestra vez, a todos por cartas, a fin de que en todas partes sea bendecido el
Señor por la elección de sus siervos. Porque poderoso es para salvarnos también
a nosotros por nuestro Salvador y Señor nuestro Jesucristo. Por el cual es a Él
y con Él gloria, honor, poder, grandeza, por los siglos de los siglos. Amén.
Saludad a todos los
santos. Los que con nosotros están os saludan todos. Evaristo, el escribiente,
os saluda con toda su familia.
XVI. El martirio de San
Policarpo fué en el mes de abril, siete dias antes de las calendas de mayo (25
de abril), un sábado mayor, a la hora octava. Fué prendido por Herodes, siendo
pontífice Filipo de Trales y procónsul Estacio Cuadrato. Gracias a nuestro
Señor Jesucristo, a quien sea gloria, honor, grandeza, trono sempiterno, de
generación en generación. Amén.
XVII. Esta copia la
sacó Gayo, que trató con Ireneo, de las obras del propio Ireneo, discípulo que
fué de Policarpo. Yo, Sócrates, lo tomé de los manuscritos de Gayo. Yo, Pionio,
busqué y copié los citados manuscritos y los transcribí, por revelación que me
hizo el bienaventurado Policarpo, según anuncié a los demás desde el tiempo en
que trabajó con los escogidos, para que también a mi me recoja el Señor
Jesucristo en el reino de los cielos, con el Padre y el Hijo y el Espíritu
Santo por los siglos de los siglos. Amén.
ACTAS DE LOS MARTIRES